Personas que están salvando al mundo

La bella melodía es casi siempre ahogada por el ruido. El ruido de las mentiras, de la politiquería, de la mezquindad, de los gobernantes mintiendo y robando, de los curas que se acusan unos a otros de toda suerte de abyecciones, de los pastores que claman por terremotos, de los odiantes, los faranduleros y los exhibicionistas, de los abusadores de niños, de mujeres, y de marginados, de todos los opresores de esta y otras galaxias.

Pero a veces, como una rosa que florece en medio de un lodazal, se oye el templar de la cítara. Se abstrae uno un momento y, más allá del ruido, logra escucharlo: la inimitable melodía de la esperanza. Es como cuando uno se aleja de la ciudad y al pasear por una vereda es tomado desprevenido por el cántico de un riachuelo que, en lo profundo de un monte, se desliza desde tiempos inmemoriales sobre piedras fulgurantes.

No es fácil en estos tiempos creer en nuestro país. Es tanta la mediocridad que nos rodea, tanto el mal que nos deseamos unos a otros, tanta nuestra afición a la recriminación, que parecería más fácil, como se dice a menudo en estos días, apagar la luz y echar un pie, dejarle la isla a la que tan apegados estamos a los que están destruyéndola.

Mas ellos hacen imposible que se pueda perder la fe. ¿Quiénes son? Son, como escribió una vez Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino, en su abrumadoramente bello poema Los Justos, “el que acaricia un animal dormido”.

Son los que, como José Vargas Vidot en la zona metropolitana y Juan Antonio Panelli en Ponce, salen a la inhóspita noche a curarle las llagas a los drogadictos, a alimentarlos y predicarles las buenas nuevas. Son los que, como la doctora Mercedes Cintrón, crean organizaciones como Jóvenes de Puerto Rico en Riesgo para arrebatar de las garras del crimen a muchachos cuyas circunstancias los hacen vulnerables a la seducción de la maldad.

Son los que, como los muchachos de la Clínica de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, emprendieron, sin que nadie más que su propia conciencia y deseo del bien se los haya pedido, un esfuerzo titánico para lograr que más egresados de escuelas públicas entren a la UPR y alcancen nuevas perspectivas en la vida.

Son los que, como la profesora Isabel Feliciano, se mete a las rudas calles del residencial Manuel A. Pérez a atender por su cuenta y a tratar de salvar a niños de escuela elemental que repiten grados y cargan ya, recién salidos del cascarón, con la fea etiqueta de violentos. Son los que, como Myra Rivera, supieron convertir su dolor por el incomprensible asesinato de una hija en el bálsamo de otros.

Son los que, como el científico Daniel Colón, predican la ciencia porque están convencidos de que la curiosidad puede ayudar a muchos a encontrar su destino. Son los que, como el fotógrafo José Ismael Fernández, quieren compartir con los menos afortunados las bendiciones que trajo a su vida una vocación ejercida con toda la pasión imaginable, en su caso el fotoperiodismo. Son los que, como Sor Isolina Ferré, en su momento dejó atrás una vida de privilegios para dedicarse a sudar por y para los menesterosos.

Son los incontables anónimos que rescatan de las calles y cuidan como a hijos a perros y gatos heridos, los que llevan un plato de comida caliente a un vecino encamado, los que organizan grupos de baile o equipos de pelota para alejar a los vulnerables de las malas influencias, aconsejan a un confundido, comparten lo que tienen y lo que no tienen, sonríen, trabajan, no se rinden, son limpios, aman y aman más, no dejan que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha.

Mire a su alrededor y vea cuántos son. Deshágase por un instante del cinismo con el que nos quieren contagiar. No se deje llevar por los que se dejaron derrotar por las circunstancias y quieren que todos creamos que somos iguales. No lo somos.

Los antes mencionados, y muchos otros que en medio de esta sinfonía disparatada en que se ha convertido nuestro país siguen haciendo el bien sin dejarse derrotar por cuánto mal hay a su alrededor, lo demuestran. Cuando le hastíen el ruido, la politiquería, el cinismo, la mezquindad y la barbarie, afine el oído y escúchelos.

Están ahí trabajando incansablemente por un mejor país sin esperar por nadie. A ellos no los desaniman ni el desempleo, ni el alto costo de la vida, ni el desplome de los bonos ni los vaticinios apocalípticos, ni el pillaje ni la hipocresía.

“Esas personas, que se ignoran, están salvando al mundo”, escribía Borges en Los Justos.

Esos puertorriqueños, que también se ignoran, salvarán a Puerto Rico.

Créalo.

Por: Benjamín Torres Gotay
Publicado en El Nuevo Día el 29 de agosto de 2013