Economía de Solidaridad

Puerto Rico es uno de los países donde hay más desigualdad en el mundo. Ocupa el lugar número quince entre 198 países y esto no es nada halagador. La desigualdad se mide estableciendo la brecha que hay entre ricos y pobres o la distribución de los ingresos. En nuestro caso, existe menos de un 10% de personas que tienen más del 90% de toda la riqueza, mientras que un 90 % de nuestra ciudadanía recibe el 10% de los ingresos.

Los estudiosos del tema correlacionan a países con altos niveles de desigualdad con problemas sociales asociados a la violencia y el crimen. También, estos países sufren de problemas de corrupción, mala calidad de vida y ambiente y problemas de salud, entre otros estresores sociales. No es casualidad que tengamos estos problemas a lo largo y ancho del archipiélago puertorriqueño.

Escuchando los debates de las últimas semanas referentes a la aprobación de un nuevo presupuesto para servicio y obra pública, observo con tristeza cómo múltiples sectores se lanzan a la Legislatura a cabildear para retener y no aportar, o a aportar lo mínimo a la responsabilidad social de atender los múltiples problemas de nuestro desigual Puerto Rico, y comprendo por qué no se logra un acuerdo.

Veo con pena que la desigualdad se ha internalizado en nuestra psique social y se expresa en todas las relaciones. Nos hemos acostumbrado a que más del 50% de las familias vivan por debajo de los niveles de pobreza y a que más del 60% no trabaje formalmente o viva bajo condiciones de subempleo. Vivimos el terror de la violencia, pero no aportamos lo suficiente para los salarios de la Policía o no luchamos para que nuestro magisterio tenga escuelas, salarios y apoyos mínimos para que se reduzca la deserción escolar.

Por otro lado, escucho la patética reflexión a la que nos someten todos los días de cinco de la mañana a once de la noche. Un análisis vacío de contenidos, compulsivo en la repetición de lo mismo, politiquero y a la vez crítico de la politiquería que existe en las decisiones sobre asuntos públicos que afectan a todos. No tienen propuestas de cambio, no profundizan en nada, pero bloquean, destruyen e interceptan cualquier intento de hacer el bien. No abren espacio a la reflexión profunda de nuestros retos y oportunidades y tampoco se mueven, se hacen responsables por lo que a cada uno toca trabajar para hacer país. Mi madre hubiera dicho: son de los que ni comen ni dejan comer.

Esta semana se celebró la Semana de la Economía Solidaria y allí se hizo énfasis en que, para cambiar países en crisis, hace falta cambiar nuestras maneras de pensar y hacer lo económico. Además, la economía solidaria por excelencia es la que considera el bienestar pleno de todos los habitantes del País, como la manera de lograr crecimiento económico, empleo pleno y calidad de vida a todos los niveles. Los países solidarios que tienen tasas muy bajas de desigualdad, también tienen tasas bajas de violencia, crimen, desempleo, salud y otros indicadores. Son lugares con alta movilidad social, que todos crecen juntos y producen bienes a los que la mayoría tiene acceso. Producen y compiten, pero redistribuyen, aportan al desarrollo social y crean empleos plenos y justos que garantizan la movilidad social y el crecimiento.

En Puerto Rico hemos documentado y publicado de todas las formas posibles, propuestas y estrategias que podrían sacarnos del pantano en el que nosotros solitos nos hemos metido; en el que hemos metido al gobierno de cada cuatro años; en el que hemos metido a nuestras comunidades escolares y a la sociedad en general.

Tenemos las propuestas correctas para levantar la economía, pagar las deudas, activar un gobierno eficiente y formar a nuestros ciudadanía del presente y del futuro. Lo sabemos y tenemos conciencia de que nos toca salir de esta desigualdad autoimpuesta. No somos esclavos, pero preferimos comportarnos como tales para tener a quién echarle la culpa: demandamos y no deseamos, como dirían los psicoanalistas. Ya está bueno de quejas; trago amargo se pasa ligero: aspiremos a la felicidad.

Por: María de Lourdes Lara
Publicado en El Nuevo Día el 7 de Junio de 2013