La tierra de los “zombies”

Cada vez que aparece una oportunidad de amarrar a Puerto Rico a una estampa de retraso espiritual y de morbo institucionalizado, se consolida un vehículo reproductor de una imagen morbosa de nuestra realidad. Recientemente una serie televisiva, tipo documental, producida por una revista internacional, construyó una cruda, pero real historia que describía las condiciones que caracterizan a un sector de la población puertorriqueña como resultado de la cronicidad y extensión del abuso de drogas. Para ellos somos “zombies”.

No podemos negar que miles de personas en Puerto Rico sufren exclusión social por uso problemático de drogas, sufren por ser víctimas penitentes de una estructura formativa deficiente, de la guerra contra las drogas y de políticas de rechazo. Entre las mismas podemos mencionar la institucionalización del mantengo, la consolidación de un estado benefactor, la politización del Departamento de Educación, estrategias económicas inefectivas que golpean a grandes sectores de la población sin mediar planes de contingencia y, por supuesto, el silencio ciudadano ante las responsabilidades sociales que, en definitiva, no asumimos.

Reconociendo que este menú es sólo una síntesis de un panorama sin pretensiones de ciencia social y sin caer en la fanfarria insularista, debemos entender que a pesar de las miles de personas atrapadas en la drogodependencia, de ninguna manera este cuadro describe lo que es la realidad general y la cotidianidad de casi cuatro millones de habitantes. Personas que en esta bendita tierra, desarrollan miles de actividades ilusionantes de país vivo y en marcha y en el que se evidencian inmensos esfuerzos creativos que se traducen en millones de semillas de esperanza.

Nuestro pueblo, aun abatido por una violencia que no es autóctona y que no es una manifestación aislada de la violencia que ocurre a nivel internacional, es un pueblo en el que miles de personas se levantan todas las mañanas a desarrollar con presteza y excelencia una labor productiva, animada por bellísimos sentimientos de amor. Estamos lejos de ser un pueblo de “zombies” como es presentado en este programa televisivo en el cual se implicaría una absoluta inmovilidad social.

Somos un pueblo que hace uso inteligente de su democracia y logra no sólo elegir libre y voluntariamente un nuevo gobierno, sino que a su vez expresa su rechazo abierto y desafiante al estado colonial que nos mantiene políticamente frenados. Podríamos seguir el rumbón mediático que invita a que nuestro discurso diario esté matizado por una conducta adversativa y antagónica que lleva a los fanáticos a polarizarse permanentemente o a entregar nuestras libertades a un narco-imperio. Sin embargo, rompemos continuamente con ese decreto y nos unimos en causas comunes como en el arte, en las ciencias, en el humor y en el fervor religioso.

No son miles de “zombies” los que salen todos los semestres a nuestras escuelas, colegios, universidades y centros de capacitación tecnológica; son nuestros hijos e hijas, conscientes de su deber ciudadano y frente a toda adversidad llegan a las aulas provocando un amanecer constantemente lleno de logros, diplomas y desafíos asumidos. Ése es el país de los vivos.

He trabajado en áreas de exclusión social y Dios me ha permitido acumular una gran experiencia en promoción de la salud y en adicciones. He podido estudiarlas y sentirlas como pocos lo han hecho, y no puedo estar de acuerdo con la forma en que, seducidos por la necesidad de un titular, se crea una alarma ante la comunidad internacional describiendo a Puerto Rico como un país de adictos “zombies”.

No niego el impacto y trascendencia de la drogadicción como fenómeno social y por esto le doy valor a la crudeza con que esta pieza documental valientemente expone realidades que en mucha ocasiones no queremos aceptar. Pero de ahí a llevarnos a una descripción generalizada y prejuiciada de un país muerto hay un tramo en el que se pierde la riqueza de nuestra cultura, nuestro capital de enlace y la grandeza de nuestro presente. Puerto Rico está vivo.

Por: José Vargas Vidot
Publicado: El Nuevo Día