A lo que vinimos

Esta experiencia a muchos les parecerá de fantasía. En especial a aquellos y aquellas que están sumidos en la queja, la crítica y la desesperanza. A los que dedican el día a invalidar cualquier gestión que esté dirigida a construir un país próspero. A los que asumen el sufrimiento como opción.

Hace unas semanas tuve el privilegio de visitar Vermont. Un Estado con una población de un poco más de 600 mil habitantes. El mismo tiene un historial de haber sido inicialmente soberano y posteriormente pasó a formar parte de los Estados Unidos. De hecho, fue el primer estado en abolir la esclavitud, aún cuando todavía Abraham Lincoln no pensaba ser presidente.

Está considerado el estado más verde de la nación, cubierto en un 77% por bosques. Tiene los niveles de políticas energéticas y de reciclaje más exitosos y ha sido certificado en el 2011 con los rangos de mejor calidad de agua y aire. Su actividad agrícola sobrepasa el 12%, generando billones de dólares en ingresos que se quedan e invierten en Vermont. Esto, aún cuando se considera el estado más frío de la nación, con periodos muy cortos de verano. Es el más verde por toda la tierra que conserva y también el más blanco en invierno. Pero tiene su seguridad alimentaria bien atendida.

Una química puertorriqueña radicada en Vermont nos comentaba que a los empleados de la cervecería local donde trabaja, al igual que en muchas empresas locales, se les retienen $2 al mes de sus salarios para entregarlos a las asociaciones de agricultores. A cambio, los agricultores les aprueban cuotas mensuales de alimentos gratuitos a estos trabajadores. En este “dando y dando” se comprometen a apoyar las industrias locales, sus productos y servicios. Sencillo, verdad, sin mucha intervención que obstaculice estas transacciones. Un estado que trabaja la autogestión todos los días y defiende su desarrollo local primero, negociando sus acuerdos con las multinacionales de manera balanceada para garantizar un desarrollo sostenido. Por ejemplo, han aprobado políticas para la reducción de “fast foods” en conjunto con la prohibición de negocios con “drive in”. Esto ha permitido conservar la mayoría de sus restaurantes y cafeterías locales, sin afectar la calidad de sus servicios, a la vez que se controla la proliferación excesiva de cadenas de restaurantes de comida rápida.

Por otra parte, Vermont es el segundo estado con menos criminalidad en los Estados Unidos: tiene el rango #49, siendo el rango #50 el de mayor seguridad al que un estado pueda aspirar. Curiosamente, la falta de alumbrados públicos, convertían las noches en una oportunidad para ver nuestra gran casa: la Vía Láctea. Además, escaseaban los letreros o señalamientos dirigidos a la prohibición. Parece ser que en Vermont, la seguridad no está relacionada a la prohibición o a la vigilancia. Quizás saben que la seguridad es un resultado de prácticas adecuadas en otras áreas del ámbito social.

Vermont no es el paraíso, no es perfecto, tiene múltiples limitaciones y si la opción es buscarlas de seguro las va a encontrar. De todas maneras, se vive una experiencia de mucha calidad de vida, la que aspiro para mi país. Esa que miles de ciudadanos se levantan a construir cada día.

La experiencia de Vermont no es exclusiva de ese estado, es una experiencia que puede ser vista en muchos en otros países. De ahí se desprende una lección que ya ha sido probada desde las investigaciones generadas en el mundo académico. La lección es la siguiente: Un País seguro y próspero no tiene mucho que ver con policías y leyes severas. Tiene que ver con que sus constituyentes crean e inviertan en el colectivo, en su proyecto de bienestar, de responsabilidad compartida, de proteger y defender sus recursos, incluyendo los humanos. Sobre todo, tiene que ver con un país que confíe, aspire y actúe para ser feliz. Eso es a lo que venimos.

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